Los mejores insultos están en latín. Úsalos para momentos de elegante desprecio.
Si hoy es uno de esos días en los que te gustaría blasfemar en arameo, cálmate, porque enojarse no conduce a nada bueno y, además, enfadarse es una emoción que produce efectos psicológicos y físicos negativos en el organismo. El enojo, la ira, la irritación son emociones humanas que deben ser controladas, no es sano sentirlas regularmente: alteran, desgastan, agotan. El latín es el idioma más eficiente a la hora de insultar a alguien. Cada actitud inapropiada, torpe, o directamente criminal, poseía un insulto específico. Este nivel de excelencia se justifica por una sencilla razón: los romanos valoraban enormemente la fuerza del insulto, y lo convirtieron en una parte esencial del habla cotidiana.
Ni por el señor Montoro, gente tóxica a tu alrededor, ni por ese moroso eterno que no le encuentras en ninguna parte, ni por un desamor plagado de traición, no merece la pena. Un insulto es una expresión que busca degradar, humillar y ofender a aquel hacia quien apunta la vulgaridad del mensaje. Desde el punto de vista formal, la mayoría de los insultos suelen ser falacias: argumentos equivocados. Se intenta ganar una discusión apelando al orgullo del receptor para desgastarlo emocionalmente, más que mediante un razonamiento ganador. No es que queramos activar tus ganas de insultar, pero si lo tienes que hacer, mejor hazlo con la elegancia que confiere la cultura.
Insultar es un todo, un arte, pues cada insulto apela a un universo de matices que nos costaría explicitar, pero que entendemos inconscientemente.
Una de las falacias más estudiadas y que suelen enseñarse en casi todos los cursos de lógica elemental es la falacia ad hominem. Esta forma errónea de razonar consiste en responder a un argumento atacando a la persona que lo hace en lugar de proporcionar evidencia en contra del argumento en cuestión. La historia ha convertido al latín en el idioma más eficaz a la hora de ofender a alguien. En su extenso vocabulario tenía cabida cada conducta torpe, inapropiada o directamente criminal. Si te cabreas, imprime este post.
Los romanos sabían como hacerlo, mediante el idioma e incluso con iconografía; sus ilustraciones son hoy incluso ejemplos en nuestro estudio de diseño y sus “insultos” referencias que permiten desahogarse –y muchas veces- calmar ánimos y recuperar tono vital. Parece extravagante, pero probadlo, es muy positivo. Valeria Hiraldo ha preparado un repaso de los insultos en latín, y nos advierte que para entender las traducciones de dichos calificativos, en su mayoría, no significan una gran ofensa hoy día, pero en tiempos de romanos si eran realmente fuertes y, en el fondo, si sabes que significan, quizás sean suficiente para “desahogarte” ante tu interlocutor aunque él no tenga claro su significado.
Stulte (estúpido)
Considerado el insulto más frecuente del latín. Para agrandar su significado, en ocasiones se usaba stultissime, es decir, completo estúpido; o stultissimi, para insultar a un grupo de perfectos estúpidos; en este último caso también se podía emplear fungi, literalmente, «hongos», insulto de carácter sectario que hacía referencia a los sujetos provincianos.
Ructator (eructador)
Muchos de los insultos romanos iban relacionados con la higiene corporal y los modales, dada la importancia que tenía en su cultura. En el caso de los parámetros de los romanos, se trataba de alguien realmente grosero. Si, además, el sujeto tenía modales aún peores se le otorgaba el título de ructabunde (bolsa de pedos) o sterculinum (letrina).
Fatue (tonto)
Para un romano, no es lo mismo un tonto que un idiota. Un tonto era un insulto propio para la persona que no solía enterarse con claridad de lo que se comentaba. Si su poder de comprensión era todavía más deficiente se le refería como caudex (idiota), pero solo cuando se hacía referencia a su desconcierto. Al que lo entendía a la primera pero necesitaba que se lo repitieran era un nugator, que elegantemente podríamos traducir como «insignificante», aunque en realidad expresaba más bien cierta impaciencia en relación con la nulidad auditiva del otro.
Matula (cabeza hueca)
Cuando la superioridad era intelectual, se le decía matula (vasija), acaso en relación a una cabeza vacía. Vappa se designaba a aquellas personas que querían manifestar cierta superioridad social sobre el otro, su traducción sería como un vino agrio y molesto.
Malus nequamque (malo para todo)
Un significado literal sería “malo para todo” aunque para nosotros, ha pasado a la historia como “bueno para nada“.
Bucco (bocazas)
Para los inoportunos, fuera de lugar o que traicionaba un secreto, se empleaba este término. Esto era considerado un insulto severo, que podía ir acompañado por caenum (sucio), stercoreus (estercóreo) o spurce (mugroso). Los bocazas parece que nunca han llegado a estar bien vistos. Se le decía bucco, «bocón», básicamente un alcahuete.
Lutulente (basura)
Buena parte de los insultos en latín tienen que ver con la higiene personal. Por ejemplo, luteus, «embarrado», indicaba a alguien cuyas ropas estaban sucias; oraputide, o «boca podrida», a alguien con mal aliento. Aquellos que despedían demasiado olor a transpiración eran llamados putide, «apestoso», lutulente, «mugriento» o tramas, «basura». El aseo capilar también era muy importante en la vida de los romanos; de tal modo que el término pediculose, «piojoso», recaía tanto a los que sufrían de pediculosis como a aquellos mal peinados.
Uno de los aspectos más interesantes de los insultos en latín es su relación con la cultura criminal. De hecho, buena parte de los insultos en latín tienen que ver con la idea de scelus, o «crimen», entendido menos como una actitud ilegal que como una contravención de las normas morales. Un verbero, «avergonzado», se refería a alguien con un pasado vergonzoso. En la vida política de Roma era un insulto letal; lo mismo que fugitive, «fugitivo», con el tremendo peso coyuntural de la época, donde solo una persona esclava podía ser considerada fugitiva.
Trifur (tres veces ladrón)
El sujeto que cometía un hurto era llamado fur, «ladrón»; insulto que entre las personas públicas se transformaba en un desconcertante trifur, literalmente, «triple ladrón». La fuerza de este tipo de acusaciones queda evidenciada en la palabra furcifer, que literalmente significa «portador del ladrón», y en términos prácticos, «horca». Para otro tipo de crímenes se recurría al más civilizado cruciarus, es decir, alguien que merecía ser crucificado. No hagamos referencias políticas fáciles comparado con el hoy que vivimos…
Los insultos en latín más fuertes llegaron a ser Paedicabo ego vos significa algo así como «voy a romperte el culo». Este insulto era exclusivo entre hombres, lo mismo que Irrumabo ego vos, suavemente, voy a obligarte a que me practiques una felación; frente a lo cual uno podría responder que el otro nequeunt movere lumbos, es decir, que es incapaz de tener una erección. Un insulto en latín bastante frecuente era cinaede, «afeminado»; o pathice, un hombre que disfruta con ser penetrado. Con el mismo significado, aunque con menos refinamiento, se utilizaba el término puttus, «marica». Frente a este tipo de acusaciones normalmente se le oponía el término mentula, alguien de escasa dotación viril. A las mujeres activas en el terreno del amor se las llamaba moechari, literalmente, «adúltera».
Acumular “mal rollo”.
Las consecuencias en la salud del enojo, entre otras, son: dolor de cabeza, contracturas musculares, reduce las defensas del sistema inmunológico, gastritis, aumenta el colesterol malo, acelera la respiración y aparece taquicardia, incrementa la presión arterial y se deterioran las arterias o aumenta el riesgo de sufrir enfermedades cardiacas.
Es importante tratar de evitar enojarse y en caso de que se suceda se debe salir de ese estado lo más rápido posible. Si se está muy enojado los especialistas aconsejan salir a caminar o realizar ejercicio físico para gastar energía y sacar la tensión del cuerpo. La práctica de yoga, tai chi, boxeo entre otras disciplinas ayudan a controlar el enojo. Otra forma de reducir el enojo es mediante técnicas de relajación o meditación que también ayudan a controlar este tipo de emociones violentas y negativas. Si queremos evitar problemas de salud debemos tratar de enojarnos lo menos posible: analizar las situaciones y realmente darle la importancia que merece es una buena estrategia para evitar al enojo.
“Me llamo Máximo Décimo Meridio, comandante de los ejércitos del norte, general de las legiones Fénix, leal servidor del verdadero emperador Marco Aurelio, padre de un hijo asesinado, marido de una mujer asesinada y alcanzaré mi venganza en esta vida o en la otra”.