Un soñador empedernido que disfrutó, amó, perdió e incluso algunas veces ganó.

Sus pesadas botas de color negro, le habían llevado, bajo un paso lento y tosco, frente a esa puerta de dos hojas de herrumbre forjada a mano. Se encontraba algo oxidada, pero con detalles y cabriolas que hacían que aún mantuviese su encanto aun llevando en ese lugar mucho tiempo ya. Si pudiese hablar, contaría tanta tristeza e historias tan desgarradoras que ningún mortal sobre la tierra podría evitar derramar lágrimas de dolor verdadero… dolor, como el que sentía él ahora… en ese momento.

Intentando buscar el valor necesario alzó la vista al cielo, quedando completamente cegado por la intensa lluvia que estaba cayendo también sobre él. Las gotas golpeaban sus parpados y arrastraban las lágrimas que era incapaz de contener, las que le dejaban un sabor salado sobre su boca, sabor que le era muy familiar de unos días a esta parte. El cielo parecía llorar gotas de nostálgica pureza, pues el golpeteo sobre su cara le hacía sentir que ese atardecer oscuro, le mostraba un asentimiento de resignación que lo envolvía en un frío y húmedo abrazo que le calaba hasta los huesos.

La palabra –Cementerio- se dejaba leer en lo más alto de la centenaria puerta de oxidada forja y de nuevo sus pesadas botas le indicaron el camino que debía seguir.

Debido a que era última hora de la tarde y la intensa lluvia todo lo bañaba, el Campo Santo se encontraba completamente vacío. Caminó dejando a ambos lados lápidas llenas de flores, esquelas emotivas y fotos que recordaban quién descansaba en ese lugar. Detuvo su caminar al percatarse de que en su camino había tirada una rosa de color sangre. Tenía un color tan intenso que daba la sensación que podría mancharte con la caricia de uno solo de sus pétalos. Se acuclilló y bajo un profundo suspiro dejó que la rosa no solo le acompañase en su recorrido, si no que la dio cobijo entre sus mullidos dedos ofreciéndola así la mayor comodidad que en ese momento podía ofrecerla.

Después de recorrer varios metros en compañía de una fría lluvia y una rosa de intenso color, se detuvo ante una lápida sencilla pero elegante, solo con ver sus formas redondeadas y el color cálido elegido para el mármol de esa sepultura el recuerdo de ella a su mente acudió.

Se mantuvo allí de pie, quieto y en silencio durante unos minutos, pensando en el aspecto tan lamentable que debería tener… ¿qué hubiese pensado ella de haberle podido ver? Miró la rosa que portaba entre sus manos y la dejó suavemente, como si fuese una de esas caricias que tantas veces la había brindado en vida, y allí quedó posada, como si flotase, sobre su nombre y la fatídica fecha que recordaba el día que partió, dejando aquí todos sus sueños y al amor de su vida, el que ahora lloraba sin consuelo, encogido por dentro de tristeza y consiguiendo a duras penas mantenerse firme frente a ella.

Su desgarrado llanto no le dejaba articular palabra, pues solo su congoja era audible a través de su garganta la que le hacía coger aire para poder expulsarlo convertido en sentimientos de dolor y pedazos de su alma rota.

“Hola cariño…”. Atinó a decir tras respirar con fuerza en varias ocasiones “… no sé si me echarás de menos allí donde estés, quiero que sepas que en mi día a día de soledad, no hay un solo segundo en el que no estés presente… despierto en la oscuridad de nuestra cama con lágrimas en los ojos recordando cuanta pasión y amor verdadero nos entregábamos en ella hace tan solo unos días, te busco con mi mano y solo acaricio vacío, susurro tu nombre para sentirte más cerca de mi… recuerdo tus sueños, proyectos y viajes, recuerdo que citabas que querías ir al paraíso y espero que sea allí donde estés, porque si no jamás podré perdonarme lo que pasó, saber que todo esto lo provoqué yo, me consume por dentro y me abraso con mi propia tortura de culpabilidad, cometí un error y por eso te perdí, te has marchado y nada puedo hacer para que estés conmigo, sé que no volverás y que tendré que recorrer solo el camino que iniciamos juntos de sueños e ilusiones, convertido ahora en negra tristeza y descarnado dolor…Te Quiero tanto…¡tanto!”.

Sus rodillas dejaron de sostenerlo clavándose éstas en la tierra mojada convertida ahora en barro, posó sus manos sobre el frió y mojado mármol y pidió disculpas con palabras apenas entendibles. “Lo siento mi amor…lo siento, perdona mi fatal error y recuerda que siempre te amaré, todos los días de mi vida…prometí protegerte y ni si quiera eso supe hacer, lo siento, lo siento…lo siento”. Sus palabras quedaron ahogadas por sus lágrimas y llantos de demente desesperación.

Como pudo se levantó lentamente, cogió de nuevo la rosa que anteriormente había dejado reposar con tanto mimo, se la acercó a los labios, cerró los ojos y la besó con la misma suavidad y ternura que se besa a un recién nacido. Se dejó sentir por unos segundos mientras los recuerdos de su amada fluían a borbotones en su cabeza, un pequeño sonido al separar sus dos labios dio por concluido tal beso, dejando así reposar nuevamente la rosa sobre su nombre mientras lo acariciaba con la yema de sus dedos. Trastabilló mientras daba un paso atrás y giró sobre sus talones.

Emprendió la marcha tan solo acompañado de la fría lluvia que hacía que todo su cuerpo se conservara mojado y frío.

Cruzó de nuevo la puerta de doble hoja, esta vez con dirección a la soledad de los días sin ella. Cogió la mano de su nueva amante la tristeza y continuó caminando con la imagen de su único y verdadero amor en su pensamiento y un solo sentimiento. Te Amo.

Óscar Cerezo.

02 de noviembre 2012 | Literatura creativa.

 

Lágrimas en el paraíso